Además de los médicos, policías y servidores del sector salud, los vendedores ambulantes nos han mantenido con vida.
Lo que antes era un estribillo que pasaba inadvertido en los barrios de las grandes capitales, ahora se ha convertido en el elemento distractor y de risas en las clases virtuales, en las reuniones de trabajo y en las conversaciones telefónicas.
Aunque el ruido estridente de sus bocinas, megáfonos o gargantas adiestradas para el trabajo incomoden a quienes se conectan a las clases virtuales u oficinas teledirigidas, los vendedores callejeros de frutas y verduras son las voces con eco que se escuchan en la soledad de las calles.
“Hay guineo a dos mil barritas, pa’ los patacones pa’ el cabeza de gato, hay limones y son llorones”, éstas, entre otras, son las frases que a más de uno ha hecho reír cuando la intervención de su maestro o jefe se ve interrumpida por estas voces que llevan vida.
Jaime y Jeison son vecinos, amigos y compañeros de lucha. Los dos se levantan a las tres de la mañana, salen de un barrio humilde del sur hacia Barranquillita, para abastecerse de verduras, frutas y legumbres, que luego venden en una carretilla.
Su trabajo es agotador, sin embargo en esta época de aislamiento por el coronavirus, las ventas crecieron debido al incremento de la demanda de alimentos en cada hogar.
Frecuentan los barrios del Norte Centro Histórico y otros sectores de estratos dos, tres y cuatro en donde la clientela les ha premiado el acto de permanecer firmes en el primer frente de batalla.
«Cuando un enfermo deja de comer, lo más probable es que la ganchúa se lo lleve, por eso el mejor remedio contra cualquier enfermedad es alimentarse bien». Esa frase desde niño se la escuché a una tía que siempre que recibe visitas ofrece alimento a sus huéspedes.
Los vendedores de comestibles están incluidos en las excepciones del decreto que implementó el aislamiento preventivo obligatorio en Colombia, razón por la cual en Barranquilla la gente ha podido tener alimento en casa.
Nuestros héroes callejeros trabajan hasta las ocho de la noche y al final de la jornada alcanzan a ganarse cada uno entre 70 mil y 80 mil pesos, luego de sacar los costos de alquiler de carretillas, inversión en producto y gastos generales. Es una buena utilidad.
Jaime y Jeison usan tapabocas y guantes para manipular el producto, la gente se les acerca a comprar sin prevenciones y después de más de 60 días de implementada la cuarentena nos acostumbramos a verlos vendiendo con la fe puesta en la clientela.